martes, julio 20, 2010

Viejos amigos

- Querido amigo, ¡cuánto tiempo sin verle! ¿Cómo le trata la vida? Espero que mínimo, como se merece, que ya es mucho.

- Me va a sonrojar usted, mi estimado compañero de viejas fatigas y viajes. Bueno, yo últimamente he tenido algunos problemillas, pero vamos tirando… Y oiga, ¿sigue conservando usted aquellas pertenencias, envidias de propios y extraños? ¿Sigue en particular conservando aquella maravilla, encontrada, según cuenta la leyenda, en una inesperada, preciosa y cálida noche de verano?

- Hehehe, viejo amigo, veo que guarda en su memoria aquellos relatos de mis aventuras, ¡igual que conservo yo sus escritos de sus locas peripecias por aquellas tierras bárbaras!

- Bueno, lo mío no tiene tanto mérito y al final, no coseché nada de aquellos esfuerzos. Pero dime, ¿la conservas? ¿Puedo verla? Algo así es lo que yo necesitaría para mi hogar y para los míos, y verla puede que me inspire. A cambio, le mostraré algo que he descubierto esta misma mañana, y creo que es algo tan increíble que cambiará la vida de cualquiera que lo experimente. ¿Qué dices? ¡Le dejaré que lo disfrute en primer lugar!.

- Pues con lo intrigado que me dejas, ¡no puedo rechazar la oferta! Y no se preocupe, la llevaré conmigo, es algo tan bello que siempre quise que lo viese. Le va a encantar.

Tan intrigado como me encontraba, y contento por ver a mi viejo amigo, me arreglé con mis más elegantes ropajes, y llevé puntualmente, con mimo, a mi tesoro a la cita. Cuando llegué al lugar en el que me había citado, pensé que debía haberse equivocado al darme alguna seña, pues allí sólo había un gigantesco parque que daba al mar por unos espectaculares acantilados. Pero cuando observé su silueta venir hacia nosotros desde unos árboles que había al final de un camino, me sentí aún más intrigado, ¿qué podía haber allí, tan a la vista de todo el mundo?

- ¡Os esperaba impaciente! A ti, querido amigo, y a esa belleza que traes, déjame verla.

Tras un rato de amigable charla, me dijo que había llegado el momento, pero que quería realmente sorprenderme y que lo viese directamente, nada de ir acercándome, que disfrutaría más. Excitado, accedí a que me colocase una venda en los ojos cuando nos acercábamos a los árboles. Le encomendé mi joya, y le dejé guiar mis pasos.

- Hemos llegado amigo, ahora, sólo tienes que dar un paso al frente, y quitarte la venda.

No hizo falta que me quitase la venda, salió volando durante la caída. Ahora, entre unas rocas que han dispuesto mi cuerpo de una forma muy creativa –deberían pensar seriamente exponer su obra vanguardista en algún museo de arte moderno-, sólo puedo mirar hacia arriba. No se dónde ni cómo estará mi cuello, pero prefiero no saberlo, esto sólo durará unos segundos. Lo suficiente para ver a mi querido amigo admirar extasiado mi tesoro. Desde luego, hay pocas cosas tan bonitas como la amistad.

1 comentario:

María Biloba dijo...

Otorgo a este relato tantas estrellas como se me permita.