jueves, septiembre 30, 2010

Mass-Mierda


Atado de pies y manos al asiento de la máquina de tortura, empezaba a volverme loco de la impotencia, sobre todo cuando descubrí que mi cerebro empezaba a rendirse y a asimilar de buena gana la perforación múltiple intracraneal. Mis ojos ya no son ojos, son bocas con dientes ricos en sarro, que enguyen con ansia las dosis de mierda que prepara un homosexual con gafas de pasta. La vía de entrada al centro de control de mis defensas está abierta de par en par, y mi cuerpo se rinde al ver que no hay resistencia posible ante el tsunami de “información” fecal.

En cada una de las pantallas me hablaba un tipo diferente, manipulando mi mente, borrando mis principios, violando mi ideología y arrastrándome al consumismo de heces, para así mantener llenos sus bolsillos. Pero yo se que todos ellos son uno sólo, miembros de un gigante devorador de mentes, camuflado en diferentes apariencias, para tener acceso al mayor número de víctimas. Se autoproclaman representantes del ocio y de las diversas formas de pensar, para que nos confiemos e incluso lleguemos a tenerles cariño, así ni nos daremos cuenta cuando nuestras bocas oculares estén bloqueadas en posición de abierto, preparadas para la penetración. Una penetración que lleva irremediablemente a la lobotomía.

No puedo creerlo, ha llegado mi momento, estoy preparado para integrarme a la gran masa ciudadana; junto a aquellos viejos amigos que cayeron antes que yo, haciendo gala de una preocupante ignorancia y una escalofriante deslealtad, traicionando a los suyos para poder vivir de acuerdo a la modernidad políticamente correcta, o aquella vieja amiga cuyo exilio temporal la llevó a esclavizarse a los nuevos tiempos y unirse, de manera permanente, a las filas del ejército de analfabetos tecnológicos, modernos de diseño y maricas de playa.

No hay esperanza ni futuro. Seguiremos cayendo uno a uno, preparados para desayunar, comer y cenar las boñigas asadas cocinadas con esmero por los grandes chefs de los mass-media.

viernes, septiembre 24, 2010

Viaje de placer


Tras pasar una semana de viaje organizado en Los Ángeles, se me presentó la oportunidad de recorrer la Ruta 66 en Harley hasta Chicago, por mi cuenta, a solas, por un precio muy asequible. Es cierto que los yanquis siempre me han parecido detestables, y después de mi estancia en L.A., mucho más, pero hay ciertos iconos de los U.S.A. que quiero conocer, como la Ruta 66 y Chicago, la mítica ciudad de Al Capone, los rascacielos, el metro-ferrocarril... Joder, incluso me haría ilusión pasar por el barrio de Macaulay Culkin en Sólo en Casa, vaya mierda.

Así pues, alquilé una de esas bellezas mecánicas de dos ruedas, e inicié la marcha, con el típico grito de Born To Be Wild. Paisajes incomparables, la sensación del aire en la cara mientras pasan por la cabeza escenas de tantas y tantas películas... Albuquerque, Oklahoma, St. Louis... Esas cafeterías y estaciones de servicio en mitad de la nada... En definitiva, una experiencia inolvidable. Pero por desgracia, no es lo que más me marcará en mi viaje por los United States.

Un buen día, tras salir de Springfield (Illinois), pasé por la localidad de Williamsville, donde quería visitar The Old Station of the Route66, y de paso, poder dar un tranquilo paseo por un pequeño pueblecito estadounidense. Dicho y hecho, aparqué la máquina en una solitaria y pintoresca calle, con sus típicas casitas con jardín y comencé a hacer fotos como un poseso, con la firme intención de acabar el viaje con gigas y gigas de fotos y videos, ya que más adelante debía torturar a mis amigos ilustrando los relatos de mi viaje.

Mientras inmortalizaba la calle y a sus escasos transeúntes, una agradable anciana me solicitó educadamente ayuda para llevar hasta su casa una sorprendente cantidad de bolsas de la compra. Acepté, no sólo por ser el elegante caballero que soy, sino también (sobre todo) por la oportunidad de ver desde dentro un típico hogar del estado de Illinois.

El hogar de la señora estaba cerca, pero al ritmo de la octogenaria, tardamos unos minutos en llegar, en los que le dió tiempo a contarme que se llamaba Margaret, que tenía ochenta años, que vivía con su apuesto marido Paul, de ochenta y tres, un hombre de los que ya no quedan, y que tenía cuatro hijos y seis nietos, que vivían todos en Chicago. Al cruzarnos con unas adolescentes ligeras de ropa, torció el gesto y comenzó con un rancio discurso republicano: que si se ha perdido la decencia y la moralidad en este país, que si está todo lleno de negros, hispanos y musulmanes, que se estaban destruyendo los valores que habían hecho tan grande América... Y continuó así hasta la casa, muy típica, muy yanqui, muy hogareña y acogedora. Una vez dentro, me ofreció una Budweiser y me invitó a sentarme en el cómodo sofá del salón. En ese momento, apareció por la puerta el bueno de Paul, un tipo enjuto, de pelo canoso, con aspecto de que quedaba ya poca vida en él...si no fuera por el hecho de que me apuntaba con un rifle cuyos cañones me parecían grotescamente grandes. Me levanté asustado con la intención de salir de allí rápidamente, pero Paul me ordenó que me estuviese quieto, amenazando con apretar el gatillo y reventarme los sesos. La vieja radical comenzó a atarme, y ambos me gritaban que qué coño hacía un puerco extranjero, con barbas y chupa de cuero, en su pueblecito rebosante de paz. Decían que si estaba allí, era sin duda para robar y violar, y me llevaron hacia una caseta de madera que tenían en la parte trasera.

Son dos putos viejos, armados, pero lentos y torpes. Debería haber echado huevos al asunto e intentar escapar. Mejor morir de un tiro, que lo que empiezo a vislumbrar que me espera. Me han desnudado y atado a una mesa de madera, y me han metido un trapo sucio en la boca. Se me clavan astillas en el culo y la espalda, pero me preocupa más ver a Paul sacar de su armario de herramientas un hacha oxidada, y a Margaret traer de la cocina cuchillos y otros utensilios culinarios. Empecé a desear que el viejo perdiera la paciencia y me reventase el pecho de un tiro a bocajarro, pero no parece que vaya a tener esa suerte.

La bruja decrépita se sentó junto a mí, y empezó a hacerme cortes por todo el cuerpo, para luego aliñarlos delicadamente con aceite, vinagre, sal y pimienta. Toda una ensalada de sensaciones, para descubrir que a cada segundo que pasa puedes experimentar más dolor del que creías posible. Paul se acercó a la mesa, con el hacha en la mano, y me miró fijamente a los ojos mientras me recriminaba todo el daño que los comunistas habían hecho a la humanidad. Se acercó un poco más y me susurró al oído: “Hay que eliminar el mal de raíz, a los ladrones se les cortan las manos, a los violadores se les amputa la polla. Somos cirujanos, y extirpamos tumores de nuestra sociedad.”

La vieja seguía a lo suyo, el viejo me miraba en silencio, y yo intentaba despertar de lo que sin duda tenía que ser una pesadilla. Golpe seco, el hacha clavada en la mesa, y mi mano derecha ya no formaba parte de mí. En pleno frenesí mental, recordé a aquel tipo al que llaman Dios, y le cuestioné sobre la necesidad de aquello, y le comenté que hombre, que por lo menos podía hacerme perder el sentido y ahorrarme presenciar el sangriento espectáculo con mi cuerpo de protagonista. Pero no fue hasta perder el resto del brazo derecho y la mano izquierda cuando mi cerebro no pudo más, y mientras me desvanecía, me sentía aliviado, pronto desaparecería el humillante dolor...

Desperté un par de días después en un hospital. Estaba desorientado, asustado, dolorido, manco... Al parecer, justo cuando me iban a hacer la radical operación de cambio de sexo, al viejo le dió un infarto (lo mismo hasta se puso cachondo el hijo de puta, menos mal que su corazón no aguantó unos segundos más). La vieja me apuñaló y salió corriendo en busca de ayuda, y las asistencias sanitarias encontraron a Paul junto a lo que inicialmente parecía una impactante obra de arte moderno, pero que resultó ser lo que quedaba de mí. Pensé mucho en el hospital sobre lo sucedido (no tenía otra cosa que hacer), e intenté buscar alguna moraleja de todo aquello, pero me di cuenta que era un asunto fútil. Más me vale empezar a pensar cómo coño se vive sin manos. Y más me vale intentar no cagarme (literalmente) de miedo cada vez que veo a un octogenario.

viernes, septiembre 17, 2010

Sin sentido




Si pudiese elegir, preferiría no verte. No quiero volver a soportar tu desagradable aspecto, tus actos violentos, tus traiciones ni tus depravaciones. Detesto todo lo que se refiere a tí, estéticamente hablando, y el sentido de la vista se convierte en condena cuando estoy a tu lado.

Si pudiese elegir, preferiría no tener olfato. Tu olor natural, ese inquietante hedor corporal, hace imposible detenerse a tu lado. Un aroma que penetra hasta lo más profundo del ser, colándose a través de las fosas nasales, de un modo que casi puedes masticarlo; lo que sí que se puede sin ningún problema es degustarlo, y eso me recueda...

Que si alguna vez me dejan elegir, prefiero dejar de experimentar la sensación de saborear, pues tu sabor, entre salado y rancio, sólo puede evocar imágenes de tipos obesos de traje y corbata, amantes de la coprofagia, que han quedado para tomar una copita de pis, y lleva inexorablemente al vómito, lo cual es un alivio, pues un charco de bilis y restos extraños de basura ingerida, sabe bastante mejor que tú.

Y por supuesto, prefiero ser sordo a tener que oírte. Esos graznidos que producen a todo volumen tus cuerdas vocales me destroza los tímpanos y tortura mi cerebro. Pasar el día junto a un martillo neumático que no para de picar piedras es asistir al concierto de año nuevo de la filarmónica comparado con tus peroratas malsonantes e interminables, las cuales me producen ganas de golpear tu cuerpo hasta dejarlo sin vida...

Es una lástima que, evidentemente, prefiera no mancillar mis manos con el putrefacto tacto de tu piel.


sábado, septiembre 11, 2010

Historias laborales


A veces resulta imposible no sentir remordimientos. Admiro a las gentes que aprenden a vivir sin cargos de conciencia, y más en una profesión como esta, claro está. Yo no logro ignorar el mal infringido a los demás, y numerosos fantasmas me visitan a diario, emplazándome para reunirnos en el Infierno.

No elegí "currar" en esto, fue una mezcla de mala suerte y necesidad, así que no pude menos que agradecer la oportunidad de conseguir dinero fácil haciendo encargos para uno de los peces gordos de las mafias afincadas en la costa.

Los primeros trabajos, en los que ejercí de mero chófer armado, eran todo un chollo. Pocos días al mes y cobrando mejor que cualquiera de mi generación. La única pega era tener que ir armado por "lo que pueda pasar". Pero, como en todas las empresas, hay promoción interna, con la posibilidad de ganar más dinero, adquiriendo mayores responsabilidades... Y cualquiera dice NO al capo...

Por suerte, la morosa no se encontraba esta vez en su local. De haber estado presente, habría tenido que amordazarla y asustarla mientras le destrozo el negocio. O algo peor. Así pues, me pude centrar en robar y destrozar sin preocuparme por nadie. No entiendo cómo la gente recurre a estos "créditos" mafiosos, sabiendo las historias que circulan por ahí, y créanme, esas historias tienen más de realidad que de ficción.

Nunca olvidaré mi primer encargo desagradable. Una ex-putita del jefe había estado por ahí, zorreando con unos y con otros, entre ellos un pez gordo rival. Por desgracia, en este mundo no se puede tolerar esa falta de respeto. La chica lo pagaría caro. En cuanto vi el aspecto del animal que me acompañaría empecé a sentir nervios. El jefe me dijo: "no te preocupes, sólo tienes que llevar a Igor allí, ayudarle a entrar en el piso de la puta y a reducirla, del resto se encargará él".
El tal Igor era un mostrenco que, a pesar de que yo no soy en absoluto pequeño, me sacaba como dos cabezas. Su rostro repleto de cicatrices indicaba que había visto y vivido de todo. Su veteranía dejaba bien claro que era un grandísimo hijo de puta, uno de los tipos más duros que puedas encontrar. Si no, a estas alturas estaría muerto o en la cárcel, o habría muerto en la cárcel.
Los primeros minutos en casa de la zorra fueron completamente irreales, como un sueño o una película. Patada en la puerta, golpear a la chica, arrastrarla tirando de sus pelos, tirarla en la cama, atarla, amordazarla, y mandarle recuerdos del jefe. Lo que no vi fue mucho peor. Salí de la habitación, dejando a la mujer con Igor, que llevaba toda la tarde con una radiante sonrisa que me helaba la sangre. Esperé sentado en la cocina de la puta, intentando ausentarme, pero los golpes, los gritos, las súplicas, el llanto... Además, el hijo de puta de Igor se cebó, y pasaron allí dentro como dos horas. Maldito sádico. Cuando el gigantón salió de la habitación, me miró y me dijo alegremente que le diese unos minutos para limpiar su traje de sangre, no es cuestión de llamar la atención al salir. Me pregunto cómo es posible que ningún vecino haya llamado a la policía... Seguramente los vecinos sabrán de la vida de la chica y no quieren meterse en problemas. Mientras el psicópata estaba en el aseo, me asomé al dormitorio de la puta; el mayor error de mi vida. Verla tirada en el suelo sollozando, desnuda, con cortes en la cara y en los pechos, con sangre saliendo a borbotones de su boca y su coño, con un brazo roto, en una posición imposible... Pero sobre todo, su mirada, su mirada perdida, que sin embargo parecía que me miraba fijamente, interrogándome, acusándome, ¿por qué me habéis hecho esto? La respuesta para Igor es fácil: "POR PUTA", y todo me iría mejor si yo también pensase así. Por desgracia, no soy así y esos ojos me visitan todas las noches.

sábado, septiembre 04, 2010

Acción-Reacción-Reiteración

Erase una vez un puñado de euros, que llegaron al bolsillo de uno de los honrados siervos de MultiCorp, uno de los grupos empresariales más potentes del planeta. La macro-organización no puede permitirse perder las almas de sus lacayos, y para ello no es necesario ni un buen salario ni buenas condiciones laborales. El trabajador eficiente y fiel no es el trabajador contento, sino el que no tiene elección: “si no trabajas para nosotros serás apartado de la sociedad y morirás en soledad, tras una desdichada existencia”. Y créanme, esto no es una tarea complicada para las cuatro familias de accionistas que controlan los principales grupos inversores del planeta.

MultiCorp mueve la economía mundial a su antojo, mediante la estafa inmobiliaria, el tráfico de armas, el tráfico de personas, el genocidio justificado... Por supuesto, gente tan hábil no tiene problemas para decidir cuando llegan las crisis económicas, o cual será el techo de desempleo en esta ocasión. Todo lo que sea necesario para que su estatus y su orden mundial no se vean afectados por ningún factor imprevisto. Las etapas de esplendor de occidente, y sus intervalos de regresión, tienen algo en común, y es que siempre mandan los mismos.

Ve la tele, vive con miedo, permanece insatisfecho, sufre por necesidades ficticias, cuídate de mantener los buenos hábitos establecidos, llora por los muertos de guerras patrocinadas por quien te paga. Pero, sobre todo, COMPRA. El buen ciudadano consume. Compra tecnología, compra ocio, compra belleza, compra sexo, compra descendencia, compra la salvación eterna, compra la tranquilidad de conciencia. Y todo lo que compra es mentira, valorada en un puñado de papeles, la verdadera droga, mucho más peligrosa que la cocaína que es aspirada a través de ellos.

La televisión e internet son la Biblia. Nos muestran “la palabra” y el camino a seguir. Siéntete insatisfecho con tu vida, con tu cuerpo, con tu trabajo, con tu pareja, con el sexo, con tu entorno. Sólo así cuajará el mensaje que los sacerdotes de las ondas nos hacen llegar. Compra para ser “feliz” en tu escaso tiempo libre, para sentirte guapo, para conocer a tu pareja, casarte con ella, engañarla y divorciarte, para tener una dieta “light”... Hay demasiadas empresas tecnológicas, bufetes de abogados, clínicas de belleza, adelgazamiento y desintoxicación, tiendas de ropa, bancos... Hay que mantener a flote el organigrama, que sólo hay uno para todo nuestro sistema global. Y los que están en la cúspide son siempre los mismos. Ellos son nuestros pastores, nada nos falta.

El puñado de euros que MultiCorp ingresó en la cuenta bancaria (entidad propiedad de MultiCorp) encontró rápidamente una finalidad en la mente del ciudadano decente. La Empresa recomienda a sus empleados comprar sus acciones. Un valor seguro para garantizar su futuro y el de los suyos.

Ahora, nuestro feliz empleado pierde el apetito. Acaban de mostrar en los informativos la salvaje ejecución de un puñado de niños en África. Se levanta y tira por el retrete la sopa precocinada y distribuida por la filial alimenticia de MultiCorp. No hay quien coma tras semejante barbarie. Lo que ni sabe (ni se plantea) nuestro honrado protagonista es que tampoco dormirá, si descubre que los que le vendieron la sopa y las acciones son los mismos que fabrican y venden al mejor postor las armas que decoran las calles de las ciudades del mundo con sesos humanos. Pero eso no va a ocurrir. Nuestro héroe no está aleccionado para pensar o investigar. No va a cuestionarse nada que ponga en peligro su trabajo, su casa y su condición social. Su papel es y será, como lo fue siempre, trabajar y comprar... Sobre todo, comprar.