domingo, febrero 22, 2009

PEACOS MEDICINALES

En aquellos tiempos inciertos, de aquel fatídico año 2009, en el que veíamos derrumbarse al capitalismo en todos los aspectos (culturales, políticos, sociales y, sobre todo, económicos), la princesa pasaba unos días en un lamentable hospital de la “moderna” Andalucía del siglo XXI (los cojones). La operación fue muy bien. No surgieron complicaciones, todo salió como debía, y la cicatriz cada día tenía mejor aspecto cuando llegaba la hora de la cura. Pero, como no, en algo tenían que meter la pata los sanitarios del lugar. De los celadores y auxiliares, la mayoría son buena gente y muy buenos profesionales. De las enfermeras, la proporción de idiotas crece bastante, pero aún así, hay muchísimas chicas (y algún que otro chico) que cumplen con su trabajo como deben. Pero cuando llegamos a los médicos…¡Ay! La cosa cambia. El 90% de los médicos son unos capullos engreídos, que estudiaron medicina por tradición familiar, y ponen en su curro el mismo entusiasmo que un oficinista amargado y desganado, lo cual es chungo cuando tu curro es, ni más ni menos, velar por la salud de las personas. Pues bien, como decía, la operación de “my lady” fue de puta madre, pero unas auxiliares garrulas le fastidiaron la espalda al moverla de la cama el día posterior a la operación, y el pasotismo de los médicos hizo que una pequeña contractura se convirtiese en un dolor muscular continuo e inmensamente molesto. El dolor era intenso, constante, desesperante…y la actitud de los señores doctores, como es habitual, bochornosa.

La princesa era una princesa de verdad. No una palurda de sangre azul, ni una promiscua televisiva (y diaria) que tuvo la oportunidad de dar el braguetazo de su vida, ni una nórdica de edad mental perpetua de 13 años. No era una mema cursi de orejas puntiagudas con espadas de nombres chorra, ni una niñita pánfila a la espera de ser rescatada por un cerdo machista de pelo ondulado montado en su caballo, cortesía de algún terrateniente jerezano. Mi princesa tenía inteligencia, clase, sabiduría, cordura, belleza… Con sólo una sonrisa es capaz de alegrarle el día a cualquiera, y eso vale mucho más que aspirar a sentarse en un esperpéntico trono de madera podrida.

Ella pasaba la tarde entre dolorida y asqueada. El dolor de espalda se unió a la indignación ante determinadas actitudes del personal del hospital y el asco ante el espectáculo mostrado por televisión. La caja tonta que llena los bolsillos de tanto listo emitía sus programas morbosos y propagandísticos. Cada canal hacía campaña a favor del partido político que la mantenía, pero todas tenían algo en común. Vender historias, cuanto más escabrosas mejor. Y entre programa y programa (que no se por qué dividen la programación en varios espacios si todos son iguales) los vergonzosos telediarios. Los telediarios son las armas propagandísticas de los poderosos del estado, y cada vez se acercan más a programas sensacionalistas británicos… Por lo menos ya no está Urdazi. Algo es algo.

Mi alteza empezaba a angustiarse. El dolor, el aburrimiento, la idiotez manifiesta en cada rincón de la “poderosa” Europa… Para colmo, la espalda les molestaba cada vez más, y los gases empezaban a acumularse, lo cual le tiraba en los puntos y le hacía ver las estrellas. La cara de enano mental de Zp en la tele, un poco de hipocresía “pepera”, Mariano “el corto” Rajoy, niñatos asesinos, folclóricas cocainómanas, homosexuales de la prensa rosa, Paquirrín, programas concurso…El dolor, la cara de jabalí de la enfermera, el doctor desganado con cara de Acebes (su puto doble, qué mal rollo), la negativa a inyectarle más calmantes, el olor a hospital, el marujeo de las celadoras en el pasillo… Ex concursantes de Gran Hermano, el Congreso vacío, Esperanza Aguirre, la Guardia Civil, otra vez el médico con cara de Acebes, otra enfermera, sin cara de jabalí, pero con apariencia (y olor) de albondiguilla, el dolor, y más gases… Deseaba dormirse y dejar de sentir y pensar. Pedía un “chute” de algún calmante, pero le decían que no le podían dar tantos (¿Tantos? Llevan horas sin darle nada). El malestar aumentaba. Pero entonces, se obró el milagro. El esfínter dejó paso a un escape de gas largo e intenso. El ruido fue más parecido a la apertura de la válvula de una bomba de presión que al de un cuesco tradicional. Por el sonido, el volumen de gas expulsado fue más que considerable. El dolor desapareció. Los músculos se relajaron. La mente se liberó. El sueño llegó. Ahora vendrían unas horas de felicidad, fantaseando por estar en un mundo menos idiota. El poder curativo de un buen peaco es indudable, y más efectivo que muchas técnicas médicas. Seguro que si probasen a peerse siempre que sintiesen la necesidad todas esas viejas estiradas que te miran mal en el autobús, el mundo sería un lugar mejor. El peo es necesario, una pequeña dosis de alivio y placer, para todo el mundo, desde los mendigos hasta los millonarios, desde los políticos hasta las personas honradas… ¡Flatulencias para todos! Peste y paz.

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