martes, marzo 01, 2011

Violencia Sacra



El Padre Mariano contemplaba el cuerpo sin vida de Juan Pablo, propietario del estanco del pueblo, sin poder creer lo que estaban viendo sus ojos. Desde que eran jóvenes, el párroco del pueblo y el estanquero huían de la monotonía del pueblo y, algún que otro viernes noche, se corrían juergas antológicas en cualquier punto discreto de la geografía regional. Aún hoy día, que estaban hechos un par de abueletes, y la moderna era tecnológica-globalizada convertía en una tarea casi imposible hacer alguna escapada pasando desapercibido, seguían encontrando recónditos bares y puticlubs en los que, como en sus tiempos mozos, pasar noches con excesos sexuales y etílicos.

Aquel frío día de febrero, habían ido a tomar café a la capital… café seguido de varios gin-tonics como calentamiento previo, antes de volver al coche y decidir destino (basando siempre la decisión en las chicas más apetecibles para cada día). Como aquel día sentían especial necesidad de chicas del este de Europa, fueron al Club Moscova, oculto en una oscura curva de una de las más estrechas carreteras nacionales que el cura habiese visto nunca. La noche fue como tantas otras, mucho alcohol, las tapitas cutres de casi todos los putis (pinchos de tortilla, chorizo, morcilla… ¿qué clase de hijo de puta iniciaría el complot de poner este tipo de comida tan nociva para el aliento en lugares donde ese aliento irá a parar a la cara de las pobres chicas?) y un polvete con una chica ¿rusa? de la que apenas recordaba nada. De vuelta al pueblo, pararon en la capital para conseguir algo de cocaína a buen precio, y fueron a rematar la noche a la sacristía de la Iglesia. Allí empezó todo a torcerse. Por primera vez en treinta años de amistad y borracheras, el exceso de alcohol con la inestimable ayuda de la farlopa, convirtió una absurda discusión sobre dónde cocinaban mejor los pajaritos fritos, en una acalorada discusión, en la que Mariano, empujando a Juan Pablo “fuera de su Iglesia” como él mismo gritaba, hacía a este desequilibrarse en los escalones del altar, con la mala suerte (castigo divino) de una fuerte caída en una muy mala postura. Cuello roto, amigo muerto. ¿Y ahora qué?

Y ahora qué, el cerebro del cura iba a toda velocidad, consecuencia de la cocaína, pero las ideas era absurdas, consecuencia del alcohol.

- Si llamo a la policía, verán mi estado, me harán análisis, saldrá a la luz la cocaína…y quien sabe si lo de las putas… ¿Quién va a considerarme inocente? Y eso si tengo suerte y no me pillan antes los vecinos y me cuelgan en la Plaza Mayor. Y si no llamo, ¿qué? No puedo dejar un cadáver en frente del altar…

Tenía que ponerse rápidamente en acción. Todo el pueblo sabía de la vida disoluta del estanquero. Si desaparecía de la faz de la tierra, todo el mundo pensará que se habrá fugado con alguna jovencita, por lo que lo que más urgencia corría era quitar el cuerpo de en medio, antes de que amaneciese. Mariano agarró por los pies el cadáver de su amigo y lo arrastró hasta la casa parroquial. Una vez dentro, en la cocina, pensó que lo más fácil sería trocear el cuerpo y sacarlo en un par de maletas, las cuales depositaría en alguna de las grutas de la sierra, por aquellos montes en los que solía jugar de chico, antes de que sus padres muriesen y su acercamiento al seminario se presentase como la única opción de futuro viable.

La tarea de cortar/despedazar/desmembrar se le antojaba muy sencilla, lo había visto cientos de veces en la tele y en el cine. Lo primero, periódicos en el suelo para no manchar mucho de sangre, e ir desmembrando, sin prisa y sin pausa. A continuación, tendría que ir cortando, con algún hacha o similar… Lo más parecido que encontró fue un cuchillo largo y ancho de dientes de sierra que solía usar para cortar el pan, seguro que hace el apaño.

Mariano empezó a cortar por la cabeza, le incomodaba ver el rostro de su amigo, y además, consideró que sería lo más fácil de cortar. Una media hora después consiguió romper el último hilillo que unía la cabeza al cuerpo, pero toda la jodida cocina estaba llena de sangre. Concentrado en cortar piel, tráquea y demás "aparamenta" que emitía todo tipo de soniquetes al ir separando piezas que dejaban escapar gases y fluídos del interior, no fue consciente del estropicio hasta poder separar la jeta del cuello, pero ahora empezaba a preocuparle cómo limpiar sin dejar rastro aquella carnicería. Otra hora después, seguía intentándolo con uno de los brazos… no había modo, y por más fuerza que empleaba, no hacía gran mella en el hueso. Cuando los primeros rayos de sol entraban por la ventana, la hoja del cuchillo se rompió por la mitad, y el sacerdote perdió los nervios comenzando a patear el cuerpo, preso de la histeria. Para colmo, una voz llegaba hasta él, procedente de la Iglesia.

-         ¿Padre Mariano? –Joder, es Tránsito, la pesada anciana, líder de las beatillas chupacirios del pueblo, raro era el día que no pasaba por allí a las horas más insospechadas para comentar con el párroco alguna de sus dudas espirituales.
-         Doña Tránsito, ahora no puedo atenderla, ¿por qué no nos vemos esta tarde?
-         Padre, por favor, estoy en un gran dilema existencial, creo que quiero más a mis perros que a mis nietos y eso no es desde luego ni cristiano ni moral ni ético ni nada, necesito hablar con usted…

Las voces eran cada vez más cercanas, por lo que Mariano no se lo pensó dos veces y corrió hacia la cocina, la vieja no podía ver el cadáver bajo ningún concepto… Lo que no calibró el buen Mariano fue el impacto que recibió la feligresa al ver a su cura, vestido de paisano, cubierto de sangre y con el mango de un cuchillo roto en la mano. Más que el Mariano de siempre, el simpático cura, regordete y con cara de bonachón, parecía un engendro recién salido de los infiernos. El corazón de la vieja, que sobrevivió a la Guerra Civil, a la dictadura, a la corrupta clase política de la "democracia" y a la viudedad, no pudo soportar la aterradora imagen, y Tránsito cayó redonda al suelo.

-         ¡Puta vieja! ¡Jodida puta vieja! ¿Qué cojones hago yo con otro cuerpo en la iglesia? Y cada vez queda menos tiempo para la primera misa de la mañana… joder.

No hay tiempo, había que sacar los cuerpos de allí lo antes posible, y por la noche habrá tiempo de limpiar toda la sangre y rezar para que nadie encuentre jamás los cuerpos. Salió a grandes zancadas de la iglesia, mirando primero a un lado y otro para no ser visto con ese aspecto, lo cual sin duda originaría una rápida presencia de la Guardia Civil, y acercó el coche a la puerta trasera de la casa parroquial. Sacar los cuerpos y meterlos en el maletero no fue tan difícil, el miedo dotó a Mariano de una fuerza superior a la que él mismo pensaba que tenía, y pudo arrastrar hasta la calle los pesos muertos con bastante rapidez. Sin embargo, para cerrar la puerta del maletero, tuvo que buscar un martillo y romper varios huesos para poder plegar los cuerpos formando así un curioso tetris humano en la parte trasera de su viejo Renault.

No podía ponerse a conducir cubierto de sangre, así que tomó una ducha y se puso sus hábitos. Nadie pararía en un control de carretera a un buen cura, hay que aprovechar todas las circunstancias favorables en tal disparatada situación. Mariano se ajustó el volante, giró la llave en el contacto, y salió a bastante más velocidad de la permitida del pueblo. La idea, llegar a aquel viejo camino sin asfaltar que profundizaba en las montañas, y arrastrar los cuerpos hasta alguna de las grutas. Los animales de la sierra harían su trabajo antes de que la policía encontrase los cadáveres, en lo cual tardarían probablemente meses, si no años. Y si no estaba de vuelta a tiempo para la primera misa del día, siempre podría inventar algún sobrinito o primo lejano enfermo. Todo va a salir bien, todo va a salir bien, todo va a salir bien…

Y en ese pensamiento en bucle, la mala suerte volvió a presentarse, en otra macabra broma de aquel dantesco día. Control antidrogas de la Guardia Civil en mitad de la carretera, con varios agentes y perros, los cuales sin ninguna duda se volverán locos con la mezcla de olores a sangre y restos de cocaína (sí, habían estado esnifando en el salpicadero de camino al pueblo). El agente al mando era otro viejo conocido, Fernando, hijo y nieto de guardias civiles. Un cabroncete como cualquier agente de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, pero se conocían de muchos años atrás, y el picoleto siempre había tratado con respeto y educación al clero. Mariano intentaba mostrar su mejor cara, convencido de que Fernando le dejaría ir rápidamente, sin husmear lo más mínimo.

- ¡Buenas tardes Padre! ¿A dónde se dirige tan temprano? ¿No da usted hoy la misa de las nueve?
- Verás Fernando, me acaban de llamar, mi primo Eugenio está realmente enfermo y…

En ese momento, el perro cuya correa sostenía Fernando se volvió completamente loco, y el resto de canes en seguida se acercaron, rodeando el coche ladrando sin parar y mostrando sus amenazantes colmillos. La cara de los guardias cambió la amable sonrisa por un gesto mezcla de sorpresa e indecisión, y el psico-cura no dudó un instante; pisó al fondo el acelerador y atravesó el control, golpeando una de las furgonetas del control, y reventando las ruedas en la alfombra de pinchos típica de este tipo de dispositivos policiales. Mariano pudo controlar el coche un par de curvas más, pero a la tercera, el viejo Renault salió despedido por un pequeño precipicio, estrellándose contra un colosal roble. En el golpe, el maletero se abrió, saliendo disparados los dos cuerpos, así como la cabeza del primero de ellos, que describió en el cielo una bonita parábola para posarse suavemente en una de las ramas más altas de un pino. Por el parabrisas frontal, salía despedido Mariano, mientras por su cabeza resonaba aquella cancioncilla de “ponte el cinturón, ponte el cinturón, tu seguridad es muy importante”.

Mariano estaba tendido boca arriba, con los brazos en cruz, rodeado de árboles altos, que sólo dejaban pasar un rayo de luz directo a los ojos del párroco, quien en su delirio, creía estar viendo al mismísimo Dios dándole la bienvenida al reino de los cielos. No sentía nada de cintura para abajo, sabía que algo le estaba perforando el pecho, pero prefería no saber el qué, y sólo podía ver esa luz cegadora, puerta hacia la vida eterna. Con una sonrisa en la boca, se alegraba de cómo había terminado todo. Todo el mundo le consideraría un asesino, y la leyenda del cura psico-killer circularía durante décadas por todos los pueblos de la España profunda. Sin embargo, no tendría que pagar en vida por sus pecados, y ninguno de ellos había sido premeditado, ni nunca había pretendido hacer daño a nadie. La luz lo dejaba bien claro, Mariano tenía billete de primera clase hacia el ñoño paraíso cristiano… Sólo se arrepentía en ese momento de no haber sido moro, un paraíso con siete vírgenes esperando sería mucho mejor…

2 comentarios:

OzzY_64 dijo...

fiel a sus vicios hasta la muerte el clerigo... ha ha ha. Lo disfrute. Saludos.

Juan dijo...

Todavía no puedo creer que no sé por dónde empezar, mi nombre es Juan, tengo 36 años, me diagnosticaron herpes genital, perdí toda esperanza en la vida, pero como cualquier otro todavía busqué una cura incluso en Internet y ahí es donde conocí al Dr. Ogala. No podía creerlo al principio, pero también mi conmoción después de la administración de sus medicamentos a base de hierbas. Estoy tan feliz de decir que ahora estoy curado. Necesito compartir esto experiencia milagrosa, así que les digo a todos los demás con enfermedades de herpes genital, por favor, para una vida mejor y un mejor medio ambiente, comuníquese con el Dr. ogala por correo electrónico: ogalasolutiontemple@gmail.com, también puede llamar o WhatsApp + 2348052394128.