martes, diciembre 02, 2008

Pequeñas cosas

Estimados lectores fecales,

A menudo les hablo de esas “pequeñas cosas” que nos alegran la vida durante unos instantes o, al menos, entretienen un ratito. Hay numerosos ejemplos en todos los ámbitos de la vida: recibir un abrazo de la persona amada, arroparse bien en la cama en una fría noche de invierno, charlar sobre cualquier chorrada surrealista con los colegas, escuchar un buen disco, fumarse un leño...

En el mundo escatológico, como no podía ser de otro modo, también tenemos momentos de diversión absurda con los que esbozar una sonrisa, incluso en días pésimos. El olor a humo de los cuescos tras ingerir un buen plato de pisto, un enorme mojón que nos sorprende y nos hace sentirnos orgullosos de haberlo parido, la llamarada provocada al acercarse el mechero al ojete y peerse con violencia...

Sin duda, los momentos más divertidos suelen ser provocados por flatulencias, y los cuescos prisioneros son mis favoritos. Los cuescos prisioneros (que no mochileros, no es lo mismo) son aquellos que dejas atrapados bajo las sábanas (en una fría noche de invierno), en el ascensor, en el coche o en una habitación pequeña. Permanecen allí, conservando su capacidad apestosa durante minutos, incluso horas en los casos más meritorios. Alguna vez he soltado alguno justo antes de bajarme del coche y allí estaba esperándome al volver tras un par de horas, cual amigo fiel. Cierto es que cuando el prisionero no lo has hecho tú mismo, no reaccionamos tan bien. Precisamente por esto quería hablar sobre el tema.

Al entrar en un ascensor y esnifar gases de un conciudadano, la reacción habitual es cagarse en los muertos del autor. Sin embargo, si lo viésemos de otro modo, si valoramos el mérito de algo así, si lo tomamos como una interesante curiosidad química, o como algo que nos dará tema de conversación (“joder tronco, que peaco me he comido”), si nos solidarizamos con la criatura que pudo aliviar esa apremiante necesidad, aprenderíamos a ser más tolerantes los unos con los otros y el mundo sería un lugar mejor.

El “peo” es una reacción fisiológica, placentera y necesaria. No es, ni mucho menos, razón para avergonzarse. Juntos, deberíamos superar este prejuicio para así podernos fijar nuevas metas.

Así pues, os recomiendo encarecidamente que experimenteis con los “prisioneros”. Quizá, el prisionero bajo sábanas sea un buen modo de iniciarse en el tema.

Apestosos saludos para todos y, no lo olvidéis, un buen peo a tiempo ahorra muchos dolores de barriga.

Salud.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que gran verdad, señor!! Pero se os olvida en vuestra lista de pequeños placeres los buenos momentos pedorriles que puedes disfrutar con tu pareja, una vez superada esa barrera malévola e inutil llamada VERGUENZA. Recuerda la de momentos divertidos que hemos pasado juntos ante la musicalidad o particular pestilencia de nuestros peacos, sólo por poner un ejemplo. Te amo.

Mónica dijo...

jajaja, que me he reido con esta entrada.
Voy a echarle un vistazo a tu blog.

Besitos