Desde hace ya bastantes años soy aficionado a la caza. La sensación de encontrar y abatir a la presa por sorpresa me provoca un grado de excitación a unos niveles que jamás había soñado. Asestarles un golpe mortal y verlos resistirse indefensos, confundidos, aterrados… Mirar a sus ojos, sus rostros, cómo van perdiendo expresividad, cómo van perdiendo vida… Hasta que expiran y pueden ser despiezados para el consumo y para el placer personal de tener las paredes de mi despacho-sótano cubiertas de trofeos. Para mí es, sin duda, la única actividad que encuentro satisfactoria al cien por cien, desde los preparativos previos hasta la limpieza de los restos de sangre. La investigación para conseguir las armas más apropiadas, la búsqueda del coto de caza perfecto, la selección de la ropa de acción, el desplazamiento en coche amenizado por algo de música rock, el acoso y derribo de la presa y su despiece y preparativos para sus numerosas utilidades son un todo que, puedo decir, me mantiene vivo. Sin este hobby mi vida estaría tan vacía y sería tan solitaria que me deprimo sólo de pensarlo. Sin la caza no soy nada, y me da miedo no tener nada más. Sin embargo, soy uno de los pocos humanos que alcanzan un grado pleno de satisfacción en su vida, ¿qué importa si sólo tengo una actividad que me haga feliz? No puedo serlo más, el resto me sobra.
Desde que tengo uso de razón soy un amante de los animales. Desde muy tierna edad aprendí rápido la lección: no hay un sólo ser humano en quien se pueda confiar. Son egoístas, interesados, falsos, mezquinos, patéticos, depravados… Sin embargo, los animales, movidos por sus instintos y necesidades, tienen un código ético mucho más fuerte que ninguno que nosotros. No atacarán a otro ser vivo sin un auténtico motivo. Una motivación más fuerte que ninguna otra en el mundo, y esta es la propia necesidad de subsistencia, impuesta por un ecosistema diseñado para el equilibrio, un equilibrio en el que todos los seres vivos tienen un papel. Todos los seres vivos son importantes y sus vidas y muertes permiten que el ciclo continúe. ¿Todos? No, existe una especie que ejercerá siempre el mal premeditado, que intentará hundir a sus semejantes para su propio beneficio, que se regocijará en el mal de los demás y usará la hipocresía, la demagogia, la mentira y la violencia para prevalecer: la humana. El ser humano, que destruye su ecosistema y al resto de seres vivos, que no conoce el respeto, ni hacia otros ni hacia sí mismo, que sólo se preocupa en satisfacer placeres banales impuestos por la nueva era tecnológica-capitalista-liberal. No somos más que una plaga, imposible de erradicar por un sólo hombre, pero un hombre solo puede al menos mejorar su entorno más cercano, y ese fue el razonamiento que me llevó a aficionarme a la cacería. La cacería humana, por supuesto, pues otro tipo de caza con armas es inmoral y malvada.
Cuando uno decide llevar a cabo un plan cómo este, el comienzo siempre es difícil. ¿Cómo hacerlo sin ser descubierto? ¿Qué victimas elegiré? ¿Dónde conseguir armas? ¿Cómo despiezar un cuerpo humano para su fácil transporte sin que sea demasiado engorroso? Los problemas materiales fueron fáciles de resolver, sólo hace falta algo de paciencia y la búsqueda de información. Todos estos años, los libros de medicina y los temarios para sacar/renovar lincencias de armas de fuego han sido mis compañeros de viaje. Sin embargo, el problema moral (¿a qué victimas elijo?) una vez asumido que el exterminio total es imposible, no tenía tan fácil solución. Por supuesto, si el plan era mejorar el entorno más cercano, tenía una gran cantidad de candidatos conocidos que hicieron méritos de sobra a lo largo de su vida. Pero claro, si todas las víctimas son o han sido parte de mi vida, la policía daría muy rápido conmigo (¿todas las víctimas tenían un conocido en común obsesionado con libros de anatomía forense y con sacar permisos de armas? Sospechoso), así que la observación se convirtió en una de mis actividades principales. Observar desconocidos en la calle, en los bares, en sus desplazamientos al trabajo, en la Iglesia… Es fácil encontrar candidatos mezquinos aleatorios. Una vez fichado, empieza el seguimiento, lo más discreto posible, hasta que llega el momento de pasar a la acción. Y conforme los años fueron pasando, personas de mi pasado pasaron ese umbral de “años y años sin contacto” por lo que se convirtieron también en presa accesible. No puedo ser más feliz, y desde luego, el barrio está mejor que nunca.
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Juan se tumbó en la cama con los ojos cerrados, estremeciéndose al sentir la lengua que recorría su pecho y bajaba poco a poco, acariciando en círculos los alrededores del ombligo. Iba tan drogado que no estaba seguro de poder empalmarse, pero las caricias y lametones de su acompañante eran tan intensas que ahora sólo podía pensar en aliviar toda la presión acumulada en su miembro. Las manos, que acariciaban los hombros y el pecho de Juan fueron bajando poco a poco, provocando unas intensas y sensuales cosquillas, hasta llegar a los calzoncillos para arrojarlos a una esquina de la habitación. Entonces, mientras sentía como unos labios empezaban a besar su escroto, abrió los ojos y miró excitado a su acompañante.
- Fran, ¿estás seguro? Somos amigos desde hace mucho tiempo…Y yo nunca he estado con un tío… Nunca me ha atraído lo más mínimo la idea de tener más contacto de la cuenta con un hombre…
- Lo que tengo entre mis labios no dice lo mismo… Por cierto, esperaba algo más… De todos modos, ¿qué puede pasar? Somos adultos, maduros y nos conocemos de toda la vida. Yo te guiaré en la experiencia y, si no te gusta, siempre podemos olvidar lo sucedido. –Fran dio un intenso y sonoro lametón en el glande de Juan, tras lo que se levantó de la cama dirección al mueble donde Juan tenía su mesa pinchadiscos y su colección de vinilos.- Voy a poner música, la música lo hace todo más fácil, tú sólo relájate y concéntrate en disfrutar con lo que voy a hacerte…
La dopada mente de Juan estaba confusa. Su amigo realmente sabía lo que estaba haciendo, su experiencia saltaba a la vista (mejor dicho, al tacto y al gusto). Ninguna mujer le había provocado tanto placer con una felación. “¿Me estaré volviendo maricón? Tal vez soy bisexual”, pensaba el tipo, mientras la boca y las manos de su acompañante hacían su trabajo a conciencia. No se veía capaz de aguantar demasiado tiempo, las cálidas aguas de su pantanos testiculares estaban a punto de desbordarse.
- Si sigues así no se si…. uuuuuaaaaaaaaaaaaaAAAAAAAAAAHHHHHHHH!!!!!!!! –Gimió/gritó cuando un intruso se coló por su orificio de salida de residuos sólidos. Estaba tocando el cielo, y lo estuvo tocando durante un buen rato. El orgasmo sin duda más intenso y largo de su vida, con la polla en la boca de uno de sus mejores amigos, y el dedo corazón de éste en su ojete, ¿quién lo habría pensado? Con la respiración entrecortada, intentaba recuperar el control del cuerpo poco a poco, pensando en cómo compensar a Fran por aquella deliciosa experiencia, implorando recuperar energías en breves instantes para continuar con el juego de aquella madrugada, mirándole la boca que chorreaba esperma por las comisuras…
- ¡Joder! ¡Sois extremadamente desagradables! Sabía que tu colega era maricón, ¿pero tú? Es todo una sorpresa… una repugnante sorpresa, preferiría no haber visto esto. – Dije, entrando por la puerta de la habitación, emergiendo de entre las sombras. - A decir verdad, tenía idea de encontrarme a solas contigo, pero si estáis los dos, será más divertido.
- ¿Quieres unirte a la fiesta, grandullón? – graznó Fran con un intento de voz sexy, mientras todavía algunos grumos le colgaban del bigote.
- Te mentiría…si te dijese que tengo el más mínimo interés en vuestra asquerosa actividad nocturna. Estoy aquí simplemente para devolver algo de equilibrio al Universo… y de paso mejorar el vecindario. Hoy va a ser una gran noche, dos por el precio de uno.
Antes de darles tiempo a pensar, saqué rápidamente mi fáser de última generación recién adquirido y le metí una buena descarga al maricón, que se retorció y cayó rendondo al suelo. No dará problemas por unos minutos. Me abalancé entonces sobre Juan, sin darle tiempo para reaccionar, y le reventé la cara con un puño americano hasta que quedó incosciente. Fue demasiado fácil dejar fuera de combate a los dos, así que decidí no perder más el tiempo y los até fuertemente. Todavía tenía tiempo de jugar un poco antes de cortarlos y empacarlos. Saqué los guantes de plástico del bolsillo y me puse manos a la obra.
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Juan fue volviendo a la realidad poco a poco… Desde luego, se lo iba a pensar dos veces antes de tomar M de nuevo… Aunque siempre decía lo mismo tras cada fiesta, sería un Domingo de resaca y luego todo volvería a ser normal. Sin embargo, notó que le costaba abrir los ojos más de lo normal, y empezó a notar dolor por todo su cuerpo… No podía mover ni los brazos ni las piernas… ¿Estaba desnudo? Definitivamente estaba desnudo, amordazado y atado de pies y manos.
- Hombreeeee, la bella durmiente está de vuelta. Estábamos empezando a aburrirnos sin ti, ¿verdad Fran?.- ¿Sabes? Me encantan estos pisos modernos que tienen falsas vigas de madera en el techo, el resultado estético es muy bueno, y dan lugar a numerosos juegos, ¿verdad muchacho?
El cuerpo de Fran colgaba, atado por los brazos y completamente desnudo, de una de las vigas del techo. Le faltaban dos dedos de la mano izquierda, tres de la derecha, y algún que otro dedo de los pies. Además, le faltaba una oreja, y tenía numerosos cortes por todo el cuerpo. En el suelo, a su alrededor, había sal, vinagre, tijeras, cuchillos, un cuter…
- Oye Juan, tienes muchas cosas divertidas en el piso… Por cierto, la aguja de tu mesa pinchadiscos está perdida en algún lugar de su culo… Me daba asco buscar ahí dentro… Llevo guantes pero, tú sabes, no es algo demasiado agradable… -me sentía especialmente hablador aquella noche. Además, se por experiencia propia que cuando torturas a alguien, sufren más si les vas anticipando qué les vas a hacer. El cerebro es quien procesa e interpreta la información, y si está adecuadamente estimulado antes de la mutilación, es espectáculo es inmejorable. –En fin, no quisiera ser egoísta, sólo pensando en mi diversión… Una pregunta, ¿en vuestros folleteos varios llegasteis a practicar el sesenta y nueve? Mucha gente defiende que es su postura favorita…
Tras esta pequeña charla, decidí liberar mis instintos e improvisar. Era la primera vez que tenía dos cuerpos para mí solito, así que dejé volar la imaginación, no sin estimularla con recuerdos de los años en los que Juan y yo fuimos amigos. Aquellos partidos de basket de la infancia, aquellas huídas de los mangantes del barrio, el primer porro, las primeras citas (él desde luego se había desviado bastante del punto de partida sexual), y cuando empezó a moverse únicamente por el egoísmo, presa de una ideología “veleta”, que le permite cambiar de gustos, pensamientos y amigos según lo popular que pueda llegar a ser. Vendió su alma y cerebro a cambio de ser “cool”, de ser uno de esos patéticos dj’s que se creen músicos por añadir un sampler de drum & bass a alguna canción soul de varias décadas atrás, de ser un demagogo mentiroso, capaz de traicionar a sus amigos y mentir a su familia a cambio de tener más “amistades vacías”.
Tras cerca de una hora, me encontraba exhausto… Cargar, colgar, descolgar, tumbar, cortar y mancillar un sólo cuerpo ya es agotador… Con dos, aunque fueran tipos bastante livianos, es una tarea durísima. Fran acababa de morir. La estampa era cómica, ambos cuerpos con los genitales extirpados e introducidos en la boca del contrario, sin la mayoría de los dedos (la mayoría habían sido introducidos por el ano del maricón, tenía mucho espacio ahí dentro), sin orejas, cortes por todas partes… El homosexual modernete duró hasta que le rebané la barriga, eso fue demasiado para el mequetrefe. Juan no me quitaba los ojos de encima. Su mirada decía: por favor, libérame, no diré nada. Su boca llena balbuceaba: “por favor, mátame y acaba con esto”. Insincero hasta el final.
- ¿Sabes qué amigo? Contigo terminaré en mi casa, pero necesito una maleta o algo así para llevarte… Verás, te sobran algunos miembros… Pero luego hablaremos de ello, primero voy a preparar a tu amante para el paseo. – Despiezar a Fran fue más fácil de lo habitual, y en un santiamén lo tenía repartido entre una mochila y una bolsa grande de basura. Cuando terminé con él, preparé el material para que Juan me aguantase vivo hasta llegar a casa. Todavía no sabía que iba a hacer con él, pero llevarlo conmigo se había convertido en una necesidad. Así que entre la sierra, la plancha, una botella de whisky, y muchas sábanas y vendajes lo dejé listo, envuelto para regalo. Metí las piernas y los brazos en otra bolsa de basura, y lo que quedaba de él, incosciente, iría en una maleta de viaje con ruedas. Necesité de un par de viajes para cargar el maletero pero, por suerte, dejé el coche bastante cerca.
Mi chalet a las afueras era el lugar perfecto para una vida tranquila, y para mis aficiones nocturnas. Me llevó años conseguir un trabajo con un suelo que me permitiese pagarlo, pero no podría hacer lo que hago sin este lugar. Aparqué el coche en la parte trasera, donde tengo un amplio patio y una pequeña huerta. Al salir del coche, mis perritos vinieron saltando y moviendo la cola. Son muy cariñosos, pero cuando me ven llegar en coche a estas horas de la noche, se excitan especialmente y no paran de saltar y lamerme. Saben lo que significa: cena especial. Algunas de las partes del cuerpo son perfectas para el consumo humano. Bien cocinadas, en salsa o con patatas, suponen un almuerzo exquisito pero, el resto, bien troceado, es siempre para mis amigos con pelos. No hay nada que les haga más feliz que un buen pedazo de carne.
Así pues, me puse manos a la obra. Dejé lo que quedaba de Juan, aún inconsciente, en una esquina del salón sobre unos plásticos (no soporto las manchas de sangre en la moqueta) y me llevé sus extremidades y los pedazos de Fran al garage. Un ratito con la sierra me bastó para llenar un cubo de deliciosos pedacitos que llevé sin perder tiempo a los muchachos y los dejé allí disfrutando. Era tiempo de irse a dormir, pero antes tenía que ocuparme de Juan. Quería mantenerlo con vida el mayor tiempo posible.
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Estuve durmiendo casi todo el día, la noche había sido agotadora y excitante y realmente necesitaba descansar cuerpo y mente. Durante el desayuno estuve pensando sobre qué hacer con Juan. El tipejo merecía sufrimiento, pero ya había recibido todo el que le podía dar. ¿Qué quedaba, matarlo? Sí, por supuesto, ese ha sido mi cometido durante años. Eliminar seres humanos para que el mundo sea un lugar mejor. Lo se, yo soy otro humano, otro imperfecto y malévolo ser que no merece existir, ¿qué derecho tengo a hacer lo que hago? El derecho que me otorga el redimirme ante la madre naturaleza destruyendo una pequeña porción de la mierda que la pobla, derecho el cual me permite de paso curar viejas heridas de mi alma. Joder, realmente me encanta lo que hago.
- Te he cortado la polla, los brazos, las piernas... Realmente chico, tienes más aguante del que pensé... Todavía podemos pasarlo bien un ratito... Siempre dices que amas la música y casi cualquier tipo de sonido... Bien, nunca volverás a oír. -Y así perforé sus tímpanos, para a continuación cortarle la lengua. Estuvo bien, realmente bien, lo había convertido prácticamente en un cacho de carne con ojos. Ojos que en un instante iba a rajar para después ponerle fin (al fin).
Sin embargo, mirando sus ojos, comprendí que la muerte de aquel pequeño bastardo no iba a suponerme una gran satisfacción. Ya había hecho lo más divertido, y pasaría horas recogiendo los pedacitos de Fran que había en el maletero, garage y patio... Otro cadáver del que deshacerse sería algo demasiado cansado. ¿Y si lo mantengo con vida? No para siempre, pero creo que puedo cauterizarle las heridas, ponerle un sofa en el sótano y dejarlo vivir allí. Sí, un compañero de piso es justo lo que estaba necesitando para no perder la cabeza a causa de la soledad...
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Hoy, cerca ya de a los cincuenta años, ha sido un gran día. Conseguí localizar y traer a casa a la que era la novia de Juan, así como a su mejor amiga. Cuatro sandeces sobre hacer un pequeño homenaje-memorial a Juan y un par de copas fueron suficientes para convencerlas a venir. Las he dejado sentadas en la mesa de la cocina, con una taza de té. Me están esperando, les he prometido que volvería con ellas en cinco minutos, con algo que las hará llorar de emoción, algo de Juan que les marcará lo que les queda de vida. Yo nunca miento, tras asegurarme que todas las puertas de la casa están cerradas con llave, bajé al sótano, cogí un revólver y un par de cuchillos y, a pesar de que no puede oírme, no pude reprimir el deseo de gritar: “¡Hey amigo! Adivina qué... Llevas cerca de dos décadas aquí y al fin tienes visita!”. La sonrisa me llega de oreja a oreja. Es imposible sentirse en un grado superior de armonía con la naturaleza. No puedo ser más feliz.