lunes, agosto 01, 2011

Chaqueta y corbata


Nada más entrar en el restaurante Blasones, el tipo de la chaqueta color vino notó como todas las miradas se dirigían hacia él. La llamativa chaqueta, el espectacular mostacho que llevaba años dejando crecer con sumo cuidado, y su gigantesca barriga hacían de él el centro de atención en un lugar como éste, donde la “gente guapa” de la ciudad pagaba precios desmesurados por cantidades ridículas de comida en un plato gigante, en salsa de nitrógeno líquido con trufas y mierdas por el estilo. Marcial, así se llamaba el tipo, detestaba la comida de este tipo de restaurantes, pero no le importaba lo más mínimo pagar un cubierto de doscientos euros por no comer prácticamente nada; lo importante del lugar era la gente que había allí, la gente importante, la alta sociedad, la que se sentía incómoda cuando conocidos magnates de la droga como él se codeaban entre ellos, dejando mejores propinas que ellos en sus locales favoritos. Además, hoy era un día especial, la noche anterior sus chicos se habían deshecho de Valdivia y su gente, ¿quién iba a disputarle ahora el tráfico de coca en toda la meseta central? Ya no era uno de los grandes, ahora era el rey, y lo iba a celebrar en Blasones bebiendo el vino más caro del lugar y hablando obscenidades a voces con la señorita de compañía que había contratado y que le esperaba (muy ligera de ropa) en el bar del restaurante.

El espectáculo que dio Marcial en el salón más lujoso del restaurante, rodeado de políticos y banqueros, fue digno de alguna comedia delirante y escatológica en la que los chistes se basan en los escasos modales del protagonista. Eructos, carcajadas forzadas, ingesta compulsiva de vino (y derramamiento del mismo por todas partes), y tocamientos varios a la putita. Por supuesto, con el importe que iba a sumar la factura, y con las propinas que acostumbraba a dejar en el lugar, nadie iba a llamarle la atención, a pesar de las indignadas miradas de aquel ex-presidente del gobierno que ahora llena sus bolsillos ejerciendo de “representante” de una multinacional eléctrica gracias a los contactos de sus años en la política activa, o de aquel actor que se cree superior al resto de los mortales y reniega de sus orígenes por ganar un Óscar.

Mientras tomaban un escocés -sólo con hielo, como Dios manda- que hacía las veces del postre, Marcial pensaba en la merienda que tomaría al llegar a casa (siempre salía hambriento de aquel lugar). Pero antes de comer, se metería un par de rallas con la muchacha y follarían salvajemente… Más bien ella saltaría salvajemente sobre él, su barriga no le permitía demasiada movilidad… Desde luego esta vez la agencia se había superado a sí misma, menuda mulata. No le había preguntado de dónde era, sudaca sin duda, pero no le interesaba un pimiento la vida de los chochetes que le mandaban y no las quería oír hablar demasiado, quería oírlas reír de sus ocurrencias, y quería verlas con su rabo en la boca, pero no hablar. Una de sus actividades favoritas era poner a las chicas de rodillas, apoyar la enorme barriga sobre su cabeza, y obligarlas a chupar en esa incómoda posición en la que los michelines les envuelven la cabeza casi completamente, dificultando la respiración de las muchachas, cuya experiencia es lo más similar posible a meter la cabeza en un una bolsa llena de grasa porcina.

El cerdo se estaba poniendo enfermo de deseo sexual. La mulata era alta, preciosa, con el cabello liso y larguísimo que le caía por la espalda, una espalda que desembocaba en un culo espectacular, para bifurcarse en dos eternas piernas que otorgaban a la chica el galardón de “el cuerpo más atractivo que el cabrón había visto en su vida”. Por otra parte, el generoso escote dejaba ver buena parte de un abundante pecho, como no podía ser de otra manera. El deseo de humillarla y eyacular sobre ella alcanzó niveles inusitados así que telefoneó al chófer para que fuese preparándose para recogerlo en la puerta y, con un desagradable graznido, pidió la cuenta al camarero que les había atendido aquella noche, otro sudaca… Desde luego este país se está yendo a la mierda cuando nos fiamos de estos salvajes para servirnos la comida – pensó Marcial.

- Aquí tiene la cuenta, señor, espero que todo haya sido de su agrado… -dijo el camarero, un chico colombiano bajito, con facciones aniñadas y un tono de voz sumamente dulce, pero con una profunda mirada, de esas que denotan inteligencia y sangre fría, algo que por supuesto el gordo, demasiado ocupado adorándose a sí mismo, no apreció.
- No vengo aquí para oír tu horrible acento de panchito –farfullaba mientras sacaba dinero del bolsillode la chaquetea-. Anda, quédate con el cambio y cómprate algo bonito.
- Señor, son más de sesenta euros de propina… -mientras el muchacho decía esto, Marcial se levantó de la silla, eructó, agarró del brazo a su acompañante y comenzó a dirigirse a la puerta-.
- Gracias señor, nunca olvidaré su gesto, puede estar usted seguro –dijo el camarero, en un tono de voz más elevado del permitido a un camarero en un lugar de esa categoría. Uno de los encargados se dirigió hacia él una vez la pareja había abandonado el restaurante, pero no tuvo tiempo de reprimir al joven. El muchacho arrancó su pajarita, tiró el chaleco al suelo, y se dirigió hacia la cocina a paso ligero.


En la mansión del capo la música sonaba a todo volumen, y la mesita de cristal del salón estaba repleta de cocaína. Marcial, que estaba literalmente tirado en el sofá mirando cómo la puta esnifaba como una posesa en una sugerente posición a cuatro patas, se levantó, fue hacia ella, abofeteó su nalga izquierda y se bajó los pantalones.

- Preciosa, ¿cómo decías que te llamabas?
- Me llamo Lydia, pero no te lo había dicho antes, no lo habías preguntado.
- Pues muy bien Lydia, se acabó el buffet libre de nieve, ya puedes comenzar a hacer tu trabajo –dijo al tiempo que se bajaba los calzoncillos abanderado blancos, salpicados por más palominos de los normales en un ser humano.
- Claro que sí mi amor, pero primero, ¿puedes hacerme un favor? Anda papito, date la vuelta…
- Je je je, te gusta jugar, ¿verdad? De acuerdo, hoy estoy contento, así que no te daré una bofetada por tu atrevimiento, ¿qué vas a hacer? Espero que no quieras meter nada por…

En ese momento, Marcial se dio cuenta de la situación. Se había dado  la vuelta y se encontraba, con la polla colgando, ante un muchacho que los contemplaba desde su propio sofá, sonriendo, mirándole fijamente a los ojos, con la mirada más fría y penetrante que había visto en su vida. En su mano derecha, una beretta 9mm, en su mano izquierda, un sobre. Sí, no había duda, era el camarero sudaca del restaurante, ¿qué cojones estaba pasando?

- Papito, deberías tener más cuidado contratando tus putas, ¿no te pareció extraña la voz que contestó al teléfono de la agencia? –susurró Lydia en el oído de Marcial.
- Escúcheme seboso, y trate de prestarme más atención que hace un ratito –dijo el muchacho al tiempo que se levantaba del sofá-. ¿Recuerda que le dije que nunca olvidaría su gesto? Pues bien, este gesto no fue el de antes en el restaurante, su gesto fue la pasada noche –entonces, dejó caer el contenido del sobre en el suelo, y Marcial pudo ver una serie de fotos de aquel chico rodeado de aquellos cerdos que había ordenado ejecutar la noche anterior… Debían ser su familia, sus amigos, sus socios…
- Señor, mi nombre es Nélson Valdivia -dijo orgulloso el camarero-. Tengo algo para usted que hará juego con su chaqueta roja… ¿Conoce la corbata colombiana?