martes, octubre 05, 2010

Lo que un caballero necesita



La zorra trotaba sobre mí. Sus curvas, sus gemidos, su piel canela, sus movimientos cada vez más rápidos y, sobre todo, su acento, me llevaron a uno de los orgasmos más salvajes jamás recordados. Se me estremece la piel, se contraen los músculos y un abundante chorro de esperma de mala calidad (ya sabes, drogas, alcohol, dieta rica en grasas...) es depositado en una bolsita de látex, para acabar en algún contenedor de basura algo más tarde. Qué mejor destino para mi infame material genético.

Es la primera vez que pago por follar. Por una parte, creo que ha sido una experiencia bastante grata. Por otra parte, creo que esto se debe a que he dado con una excelente profesional. A priori pensé que hacérmelo con una puta sería frío e incluso desagradable, pero la mulata ha cumplido de sobra todas las expectativas que se pueden tener de la estancia durante una hora junto a cualquier mujer: ha sido cariñosa y educada (tanto en la previa como en el cigarrillo post-coital), y a la hora de la verdad me ha hecho correrme como nadie. Todo ello sin tener que mostrar falso interés en la personalidad de alguien, a quien en el fondo detestas y únicamente deseas quitarle las bragas rápido y desaparecer una vez concluida la faena. Y por supuesto, es mucho más barato y tranquilo que una pareja estable. Me he pasado demasiado tiempo inmerso en un puto matrimonio estándar y ahora, que he sido bendecido con el abandono, recupero la libertad y me niego a perder más tiempo. Joder, cada vez que pienso en todo ese tiempo perdido viendo películas infumables, escuchando música moña y tediosa, dando aburridos paseos o comiendo en el restaurante de turno que eligiese "la señora", soy consciente de cómo he desperdiciado los mejores años de mi vida con aquella bruja. Nada que no cure un poco de alcohol. La noche es joven y mi amigo José me espera en el antro donde habitualmente jugamos al billar.

Llegué al lugar, me sentí enfermo al ver a los modernos y modernas de turno, que bailaban y tomaban copas, así que les dediqué una mirada de ira asesina y me dirigí hacia la zona del fondo, donde estaban las mesas, aprovechando para golpear con el hombro a dos o tres memos. Allí me esperaba mi colega, nos saludamos y me dijo que fuese preparando la mesa mientras él iba a la barra a pedir. Whisky, billar, chupito de tequila, porro, billar, whisky, cocaína, billar... La noche, pues, transcurría plácidamente. Estábamos terminando la tercera partida, planeando ir al servicio a empolvarnos la nariz antes de jugar la siguiente. En esta ocasión tenía todas las de perder, me quedan aún cuatro bolas (juego con lisas) y a José sólo la catorce y la negra. Es mejor que yo, siempre lo ha sido, pero también es más vicioso, por lo que su estado físico-mental hace que las partidas estén igualadas. Era su turno y la jugada es fácil: tiene la blanca bien colocada, así que meterá primero la catorce, luego la negra, y me tocará a mí pagar la próxima ronda. Además, se pondrá 2-1 en el global de la noche, y quien pierde el global se encarga de pillar la farlopa para el próximo día. José se agacha, apunta, inicia el movimiento de manos para transmitir a la bola por medio del taco la fuerza y dirección precisas...y las bolas que golpea son las de un muchacho que pasaba por detrás. Falló, metió la negra directamente, y aquel pub cool se convirtió en un saloon del viejo y lejano Oeste.

Os imaginaréis que pasó, José culpó al joven de su derrota y le rompió el taco en la espalda sin dejar tiempo para pedir disculpas. Lógicamente, los amigos del chico acudieron en su defensa y, aunque eran unos mierdas y ninguno de ellos aparentaba llegar ni siquiera a los veinticinco años, eran seis y nosotros dos, así que la pelea estuvo equilibrada. Hubo un poco de todo, con momentos estelares dignos de Hulk Hogan, André el Gigante o El Último Guerrero. Puñetazos, patadas, rodillazos, rotura de botellas en cabezas ajenas, rotura de los tacos de billar que quedaban sanos, rotura de sillas, mesas y cuadros...

En comisaría nos repartieron en dos celdas, cuatro y cuatro, y pasamos un buen rato charlando amigablemente. Fue sólo violencia, no hay que tener rencor. Y eso me hace reflexionar sobre que un acto de violencia injustificada, es mucho más disculpable, respetable y justificado que cualquier relación humana en la que el sexo tenga el más mínimo protagonismo, directa o indirectamente. Nada de eso importa, supongo que al amanecer (no debe quedar más de hora, hora y media) nos dejarán irnos. Estamos hablando de ir los ocho a desayunar a un bar cercano de la comisaría, han resultado ser chicos de puta madre y ya nos veremos en el bar para tomar unas cervezas y jugar unas partidas de billar o dardos.

En casa, vomité y  me tumbé en la cama a sabiendas de que no dormiría nada (demasiada cocaína). Alargo el brazo para encender el equipo de música de la mesita de noche, y empieza a sonar el Nola de los Down...Excelente. Descubro una sonrisa en mi boca, por primera vez en mucho tiempo. Qué fácil es alcanzar todo lo que un hombre necesita en la vida.